sábado, 13 de junio de 2015

Invención de la pintura

En mi cuarto había un cuadro que me miraba todas las noches. A todas vistas era una pintura abstracta, no siendo un rostro ni teniendo parecido alguno con un ojo, pero su presencia en la mía era inamovible. Incluso con los ojos cerrados podía sentir desde los trazos una estática irregular en los sonidos conocidos de la noche. Comencé a sospechar de la pared detrás cuando el cuadro cayó seco una madrugada, sacándome de un sueño sobre niñas japonesas en el puerto. El clavo se encontraba en su lugar, y sin embargo el cuadro yacía en el piso, como fundiéndose con la alfombra. El pico se mostró inútil al principio, pero progresivamente logré fabricar una abertura en la pared por la que pudiera interiorizarme en el concreto. Cuando los primeros atisbos de luz se vislumbraron del otro lado, apuré la marcha. Un ruido incesante y monótono se repetía con cada vez más fuerza y reverberación en mi sien. Cuando por fin terminé de hacerme paso con mis propias manos, arrancando restos de cemento con los dedos, logré ver una cinta que se movía sobre sí misma, llevando unos rectángulos con bordes de madera y centros de tela, con una incipiente mancha roja siendo amenazada por una gran mancha negra, tal cual yacía yo esa noche en la alfombra de mi cuarto.

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