martes, 19 de noviembre de 2013

Diario del niño que vivía en el altillo

Las paredes blancas me asustan. Son grandes y planas y lisas, y no tienen manchas ni grietas, ni nada que pueda distinguirla de las otras. Las paredes blancas me oprimen, no me dejan respirar bien; será por ellas que soy asmático. Las paredes blancas me dan más miedo que lo que pueda haber en el ropero, abajo de la cama o atrás de la cortina de la ducha. A la noche las sombras hacen las paredes blancas más tolerables, más vivas. Pero de día, cuando el blanco refleja la luz y me encierra entre las sábanas, llamo a gritos a mis padres, llorando, porque tengo miedo de que de esas cuatro paredes que me separan de ellos la nada salga, inconcebible, y me coma.